María Camila y Juana Valentina, son el claro ejemplo de que los sueños acompañados por la disciplina si se hacen realidad, hoy a sus 23 y 21 años de edad, se sienten orgullosas de ser militares, un triunfo acompañado por varios momentos de dificultad, que aunque desafiantes, no les hicieron abandonar la meta: ser suboficiales de la Fuerza Aérea Colombiana.
Las hoy Aerotécnicos, son oriundas de la ciudad de Bogotá, pero desde el año 2016 vivieron en Madrid, Cundinamarca, municipio donde se encuentra ubicada la Escuela de Suboficiales Capitán Andrés M. Díaz; el lugar fue un punto de referencia en la proyección profesional de las hermanas Correa, las cuales ingresaron con un año de diferencia, como alumnas al alma mater de la suboficialidad, donde posteriormente se titularon como Tecnólogas en Comunicaciones Aeronáuticas y Abastecimientos Aeronáuticos, respectivamente.
Las valientes jóvenes que además son deportistas en patinaje y ciclismo, se adentraron en el mundo de la disciplina militar, con la misma entrega y determinación que les caracterizaba, sin embargo, no todo fue fácil, pues los desafíos académicos, económicos y personales, pusieron a prueba su fortaleza; situación en la que encontraron una oportunidad para afianzar tanto la determinación, como el vínculo entre hermanas, apoyándose mutuamente en todo momento.
En el proceso se enfrentaron con la incertidumbre de una pandemia, la cual no solo dificultó la fase practica de sus profesiones, sino que trajo adversidades económicas a la familia, luego de que sus padres, quienes en ese momento se desempeñaban como transportador de insumos ortopédicos y esteticista, se quedaran sin empleo, producto de la exigencia mundial de distanciamiento social.
Sus padres William Correa y Marcela Isaza, se convirtieron en el bastión de apoyo, aunque al principio el terreno de aceptación fue desafiante, especialmente para el padre, quien se oponía a la idea de la vida militar para sus hijas, no dudaron en buscar otras fuentes de ingresos, producto de varios emprendimientos como la venta de artículos, para sostener el proceso formativo, de las jóvenes que basadas en su vocación de servicio, portan con orgullo el uniforme de la Fuerza Aérea.
El destino, con sus giros inesperados, conspiró a favor de la unión familiar, ya que aunque inicialmente estaban proyectadas hacia Unidades Militares diferentes, sus caminos se unieron en el mismo horizonte, la alegría inundó sus corazones cuando supieron que estarían destinadas juntas al Comando Aéreo de Combate No. 4, en Melgar, Tolima, donde aportan diariamente a la protección y tranquilidad de los colombianos, desde el arduo engranaje de la operación helicoportada.
Actualmente, encargadas de garantizar vuelos seguros desde la torre de control y contribuir al funcionamiento de los almacenes del centro logístico y sistemas de combustibles de aviación, en la Cuna de las Tripulaciones de Ala Rotatoria, siguen demostrando que los sueños no conocen de fronteras ni de límites, ellas son el claro ejemplo de que cuando el corazón y la determinación vuelan juntos, ningún cielo es inalcanzable.