Colombia

El drama de madre en Cali para que autoridades busquen a su hijo desaparecido

Hace 826 días Paloma Chávez no sabe cuál es el paradero del primero de sus dos hijos: Alejandro Ramírez Chávez, de 23 años. Lo vio por última vez alrededor de las 6 de la tarde del viernes 21 de agosto del 2020, le lanzó un beso desde la puerta y se despidió.

Hace 118 semanas Alejandro le mostró a su mamá cómo había quedado tras un corte de cabello y le dijo que iba a salir con unos amigos como cada tanto lo hacía en el barrio La Nueva Base, en el nororiente de Cali.

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“Me gusta, hijo, le dije —recuerda Paloma—. Luego me dijo que iba a estar por el barrio con sus amigos, como siempre lo hacía”.

Han pasado 27 meses y el beso de Alejandro fue lo último que Paloma supo de su hijo, en adelante todo ha sido misterio para ella y su familia, que han sufrido, además, el lento proceso en la búsqueda por parte de las autoridades.

El viernes 21 de agosto del 2020, año en el que Colombia y el mundo aún permanecían resguardados en sus hogares como parte de las medidas contra el covid-19, Paloma regresó a su casa y vio salir a su hijo del baño, conversaron un poco, le mostró su corte y salió. Un beso desde la puerta es la última imagen que tiene de Alejandro.

“Por la pandemia él se encontraba desempleado —asegura Paloma—. Él estaba trabajando en algunos proyectos para empezar un emprendimiento y cuando me dijo que salía con unos amigos me pareció normal, era un hombre hecho y derecho, siempre salía y yo conozco a sus amistades”.

Suponiendo que Alejandro regresaría tarde, Paloma durmió sin sospechar que era la primera noche de las más de 800 que pasaría sin saber el destino de su hijo.

Su desaparición:
El sábado 22 de agosto del 2020, como siempre, Paloma despertó y salió de su habitación para dar una ojeada a las habitaciones de sus hijos; Daniel estaba en casa, Alejandro no había regresado, su cama seguía tendida.

No obstante, no hubo preocupación, pues ya había pasado antes. Alejandro se quedaba en la casa de algún amigo tras compartir con ellos la noche anterior, o quizás con alguna amiga.

“Pasó el día entero y no había noticia de Alejandro —explica Paloma—. Cuando le pregunté al hermano me respondió que recién había publicado una foto en Facebook, por lo que me tranquilicé de nuevo. Lo vi activo un par de veces en Messenger”.

Esa noche de sábado, Paloma se acostó a dormir nuevamente con la esperanza de que su hijo regresara al día siguiente, pero al despertar tampoco lo vio. La preocupación ya empezaba a aflorar en el corazón de esta mujer, que lo había llamado un par de veces, pero Alejandro no respondía.

Al preguntarle de nuevo a su hijo menor por el paradero de Alejandro, le reveló una nueva información que para Paloma resultaba importante, al mismo tiempo que preocupante: Alejandro se estaba viendo con Eliza, su expareja.

“Fue una compañera que él tuvo durante muchos años, ella es mucho mayor, tiene como 35 —aclara Paloma—. Pero ellos terminaron muy mal, duraron casi cuatro años, pero iban y volvían, peleaban mucho, entonces me preocupé de que estuviera viéndola de nuevo. Mi hijo me dijo que como ella era celosa, pues que de pronto tenía el celular apagado para que no lo molestaran”. Preocupada, alerta, pero aún sin perder la calma, Paloma trató de tranquilizarse para evitar pensar lo peor. Así pasó el domingo y llegó el lunes, al ver que no estaba Alejandro, Paloma no lo soportó más y salió a buscar respuestas.

Empezó a llamar a sus amigos y también a escribirles. Todos le confirmaron que habían estado con él el viernes, pero no lo habían visto más. Solo uno de ellos le respondió que había conversado con él vía Messenger aquella mañana de lunes. Una ilusión apareció, pero fue corta. Quiso estar segura de la conversación y le pidió capturas de pantalla. La ortografía y lo que decía no eran de Alejandro.

Atar cabos
Paloma pidió ayuda de los amigos de Alejandro para ubicar a la hermana de Eliza, a donde llegó para pedirle que la llevara a la casa de la expareja de Alejandro, pues necesitaba saber el paradero de su hijo.

“Llegamos a una zona cerca de Villa del Lago (oriente de Cali). Ahí tocamos varias veces hasta que ella salió, vivía en una habitación —recuerda Paloma—. Se le notaba que estaba llorando, tenía la mirada perdida, y entonces vi el teléfono de mi hijo y la confronté”.

Paloma le preguntó por su hijo, por qué tenía sus celulares y por qué lloraba, pero Eliza dijo que se sentía mal porque los amigos de Alejandro la estaban acusando por la desaparición del joven. Además, indicó, los celulares se los había regalado el mismo Alejandro.

Eliza relató que no habían hablado de nuevo por supuestos problemas en los que estaba involucrado Alejandro, pero su mamá no creyó esa versión.

“Los mismos amigos de Alejandro me confirmaron que ella cada tanto lo buscaba —sostiene Paloma—. Y que hasta hace ocho días atrás lo había hecho, cómo es que se iba a alejar tan rápido después de tanto perseguirlo”.

La conversación terminó ahí. El 29 de agosto del 2020 Paloma presentó la denuncia ante la Fiscalía por la desaparición de su hijo. Desde entonces, se enfrentó a los obstáculos burocráticos de la búsqueda de desaparecidos en el país.

Según el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (SIRDEC), hasta el 26 de septiembre de 2022 el número de personas que continúan desaparecidas en Cali es de 4.665.

Freddy Caicedo, de la Fundación Guagua, en Cali, uno de los colectivos que ha acompañado a Paloma en su búsqueda, sostiene que muchos de estos casos se han resuelto, pero que el fenómeno no cesa.

“Cruzando datos de Personería y Medicina Legal, estimamos que para el 2018 se presentaron más de 270 casos —cuenta Caicedo—; para el año 2019, más de 450. Cuando fueron menores de 17 años, la mayoría correspondió a casos de mujeres. Para el año 2020 los casos sobrepasaron los 310 reportes de desaparecidos, lo mismo en 2021, principalmente hombres entre los 17 y los 40 años”.

La Fundación empezó a asesorar a Paloma, pues en pleno 2020 las autoridades no querían recibir la denuncia física, solo virtual.

Mientras tanto, con el tiempo en su contra, la familia de Alejandro decidió cubrir la ciudad visitando la morgue, los hospitales y empapelando las calles con fotos del joven para dar con su paradero.

“35 días después de poner la denuncia fue que se puso en contacto conmigo un investigador —cuenta Paloma—. Y uno no sabe qué es peor, porque cuando empiezan a preguntar terminan es revictimizando a la gente: que si Alejandro tenía problemas, que si consumía, en fin, todo eso. Luego me dijo que Eliza lo había acusado de microtráfico”.

Paloma no soportó la lentitud en la búsqueda de su hijo y reunió 35 hojas con conversaciones que su hijo y Eliza sostuvieron vía Messenger, material que considera idóneo para la investigación, pero, de nuevo, solo se recibían los materiales vía correo electrónico por la pandemia.

Tuvo que instaurar un derecho de petición para poder hablar con la fiscal 19, pero solo le prometieron que estaban trabajando. Las cosas se fueron enfriando.

Alejandro

De sus dos hijos, Alejandro es a quien más fácil le ha resultado conseguir amistades. Es un joven respetuoso, tranquilo, capaz de pararse en cualquier cancha de fútbol a ver jugar y si se presentaba la oportunidad, entrar a jugar y rápidamente ganarse nuevos amigos.

“Jugaba muy bien —recuerda Paloma—. Le encantaba, él era muy fanático del América, soñaba con ser futbolista, pero eso no se pudo porque nunca contamos con los recursos”.

Alejandro empezó a trabajar desde muy joven, al salir del colegio trabajó en una fábrica de pintura y cada mes le entregaba su pago a Paloma para guardarlo y comprarse una moto, que finalmente pudo adquirir, una crypton 2016.

Lo recuerda risueño, enamoradizo, un hijo ejemplar que soñaba con ahorrar para ayudar a su hermano, que era un año menor.

Así fue durante muchos años hasta que, asegura Paloma, conoció a Eliza y las cosas cambiaron.

“Mi hijo siempre se sentaba a hablar conmigo, me contaba todo —asegura—. Incluso me contó cuando probó la marihuana, él me tenía confianza. Yo supe que tuvo problemas con su pareja y que incluso hubo un proceso por violencia intrafamiliar, pero eso no prosperó y él nunca la señaló formalmente”.

Hasta el pasado 15 de noviembre, luego de tres derechos de petición, Paloma pudo recibir una respuesta de la oficina de la fiscal 20, pues el caso cambió de encargados, y le respondieron que se encontraba en etapa de indagación.

Hasta el momento solo se sabe que entre la medianoche y la 1 de la madrugada del 22 de agosto recibió varias llamadas cortas de un teléfono celular, pero en la investigación se ha avanzado muy poco.

“Me gustaría que tuvieran en cuenta las cosas que yo les muestro —reclama Paloma—. Porque yo casi que les hago la investigación y ellos no me prestan atención, no he recibido ninguna ayuda”. Paloma Chávez continúa su búsqueda, no ha descansado desde que empezó. Trabaja como auxiliar contable y asegura que los amigos de Alejandro todavía la ven y le dicen que lo extrañan.

Al no recibir apoyo por parte de las autoridades, esta joven madre no deja de reclamar justicia, pues sostiene que sus hipótesis no han sido revisadas y no ha contado con un verdadero acompañamiento.

Hace 27 meses una madre se encuentra esperando por la aparición de su hijo, son 826 días sin una parte de su vida, ya 118 semanas sin noticias de Alejandro, quien la última vez le lanzó un beso con la esperanza de que no sería el último.

EL TIEMPO