El fútbol aficionado en Colombia o más conocido como “piratazo” se convirtió en un atractivo para los jugadores que aún persiguen el sueño de jugar futbol profesional pero no tienen la oportunidad, aunque su nacimiento es impreciso se conoce que su nombre salió por primera vez en la década de los 70 y 80 con torneos de barrio con incentivos económicos elevados.
La verdad es que estos torneos muchas veces son más competitivos que torneos avalados por difutbol o la FCF, figuras como Dorlan Pavón, Rafael Robayo, Johan Arango y muchas más estrellas juegan estos campeonatos por la dificultad que han venido tomando y obviamente por el incentivo económico que representan estos torneos de barrio
Alfredo di Estefano una de los jugadores más importantes de la historia también hizo parte en su momento del fútbol de barrio jugando lo que hoy día es el fútbol profesional colombiano, este tipo de escenarios se volvieron la catapulta de los jóvenes que sueñan en algún día poder jugar fútbol profesional.
Algunos de estos campeonatos llevan años en la cúspide del fútbol aficionado, torneos como el Olaya, Tabora en Bogotá, La Marte en Medellín, la Bombonera en Barranquilla y la Copa Panamericana en Cali son los torneos más relevantes del fútbol aficionado en Colombia.
Pero hay un torneo que en tan solo cinco años se metió como un ciclón para posicionarse como el mejor de todo este campeonato es la Trinche un torneo que se volvió en ciudades como Cali, Bogotá, Medellín, Manizales y ahora Barranquilla el más deseado de jugar por todos con patrocinios de grandes marcas como nequi, electrolit y golty.
Hay torneos que, aunque no son tan reconocidos como los grandes, son sumamente competitivos como champions élite, capital cup, torneo marcas hablando de Bogotá
Estos torneos se volvieron el día a día de muchos jugadores que salen de sus actividades diarias y van a despejarse a un terreno de juego y que mejor que haciendo lo que más les gusta que es poner a rodar la “pecosa”.
Hablar de La Trinche es hablar de prestigio. Este torneo es casi una religión en el fútbol aficionado bogotano. No importa si eres ex jugador profesional, gomelo con plata para armar equipo, o pelado del barrio con más gambeta que disciplina: en La Trinche todos caben, pero no todos sobreviven.
Aquí se han visto equipos con camisetas diseñadas como si fueran clubes europeos, jugadores extranjeros probando suerte y hasta cracks retirados buscando revivir la gloria. Es la Champions League de los potreros bogotanos. El que gana La Trinche se gana respeto, y ese respeto vale más que cualquier medalla.
El piratazo es más que un partido; es una excusa para el encuentro. Ahí no hay VAR, ni árbitros con micrófono, ni transmisiones en HD. Lo que hay son vecinos, amigos, combos del barrio y hasta uno que otro ex jugador profesional que se cuela para recordar viejas glorias. Es la fiesta del fútbol a la brava, hecha con sudor, cerveza en la banca y goles que valen más que los del Mundial… al menos para quienes los meten.
¿Por qué son tan populares?
La respuesta es sencilla: porque la gente necesita fútbol. El piratazo da lo que muchas veces el fútbol profesional no entrega: cercanía. Aquí puedes gritarle al delantero que se coma el gol, o aplaudir al portero que tape con la cara, y ellos te escuchan y se ríen. No hay barreras entre jugador y público, porque casi siempre el público es la misma familia, los vecinos o los amigos de la esquina.
Además, los premios suelen ser curiosos. No siempre hay plata: puede ser una chiva, una caja de cerveza, un marrano o hasta un televisor usado. Lo importante no es el trofeo, sino la gloria de decir: “ganamos el piratazo de tal barrio”. Esa frase abre puertas, consigue respeto y a veces hasta fama local.
Lo bueno, lo malo y lo sabroso
No todo es color de rosa, claro. Como en todo piratazo, a veces se calientan los ánimos, y los partidos terminan en peleas más recordadas que los goles. También está el tema de la informalidad: no siempre hay permisos, seguros ni reglas claras. Pero, al mismo tiempo, eso es parte de su encanto: lo espontáneo, lo impredecible, lo auténtico.
El piratazo es una celebración de la vida popular bogotana. Une generaciones: el niño que apenas patea la pelota, el joven que sueña con ser figura, el papá que ya solo juega de portero para no correr tanto, y el abuelo que comenta y opina como si fuera técnico de la Selección.
Más que un torneo
En el fondo, el piratazo es una metáfora de Bogotá: caótica, apasionada, ruidosa, pero con una fuerza comunitaria que no se rinde. Mientras el balón ruede en los barrios, habrá piratazos, y mientras haya piratazos, habrá historias de amistad, rivalidad y amor por el fútbol.
Por David Cepeda – daviidariiza_10